La libertad del altavoz

Todos estamos de acuerdo con que la libertad de expresión es un derecho inalienable de todos los seres humanos y que tenemos que defenderla cueste lo que cueste. Sin embargo, no todos saben en qué consiste esta libertad.

Por estos días sobre esa libertad se habla mucho en San Isidro, una barriada habanera de alta densidad poblacional y de casas que piden a gritos una reparación capital. Allí se han atrincherado un grupo de personas para exigir, huelga de hambre mediante, la liberación del ciudadano Denis Solís, condenado a ocho meses de prisión bajo la acusación de desacato.

Aquí no entraremos en la polémica de si este ciudadano fue detenido de forma arbitraria o no, o de si su encarcelamiento es una represalia por motivos políticos. Nosotros, como ustedes, no tenemos las pruebas que nos permitan afirmar una cosa u otra.

En estas líneas nos gustaría hablar de cómo el autodenominado Movimiento de San Isidro articula sus demandas y de cómo entiende la libertad de expresión.

Cada ciudadano cubano debe tener el derecho de expresar sus ideas, por mucho que disientan de la ideología oficial. Cada ciudadano cubano debe tener la oportunidad de manifestarse pacíficamente para mostrar al resto de la ciudadanía su inconformidad.

gobernantes cubanos

El Congreso del traspaso

¿Qué efecto buscamos cuando expresamos nuestros puntos de vista y lo ventilamos a la luz pública? Pues que aquellos que vean nuestra manifestación reflexionen al respecto, revisen sus posturas y se solidaricen o no con nosotros. Según la justicia de la demanda, su sintonía con el sistema legal vigente y la presión que reciban los gobernantes, podríamos llegar una posible solución. Esta es una parte sustancial en el juego democrático.

Sin embargo, sabemos que muchos no aceptan el orden vigente, no están de acuerdo con las leyes y hasta desearían ver cómo arden en el infierno sus gobernantes. ¿Qué hacer en estos casos? Pues la democracia nos vuelve a salvar. Las mayorías tendrán la última palabra.

Pero, ¿acaso las mayorías democráticas siempre tienen la razón y son sus decisiones las más justas? Hasta hace unos siglos esas mayorías defendían la idea de que la Tierra era plana y por decir lo contrario se mandaba a la hoguera (democráticamente) a quien dijera lo contrario. Ahora, como en este mundo las verdades no existen y los argumentos son muy relativos, no nos queda de otra que seguir sometidos a la dictadura de la democracia.

Naturalmente, en este mundo de injusticias en que hemos nacido, la fuerza y el capricho conviven con la democracia. Ellos han actuado durante toda la historia de la humanidad para hacer valer sus intereses. Así, quien tenga más dinero o se encuentre en una posición de poder, inclinará la balanza a su favor en el delicado y susceptible “juego democrático”.

En el caso concreto que nos ocupa, el Movimiento de San Isidro, tenemos de un lado al gobierno, con una posición de poder muy clara ante la sociedad, y por el otro a un grupo de ciudadanos que cuentan con el obvio respaldo de quienes se posicionan en contra del status quo, desde dentro y fuera de nuestras fronteras nacionales.

Entonces vemos que comienza el show: un grupo de ciudadanos se atrinchera (en un momento de alta tensión económica, sanitaria y social en nuestra sociedad) y organizan una huelga de hambre para exigir sus demandas (vean en sus propios videos en Facebook donde les traen agua embotellada y comida). Pero esta demanda cívica no es una cualquiera, ella cuenta con el respaldo mediático de poderosos aliados y sponsors.

Entonces podemos preguntarnos ¿qué sucedería si en un pueblecito del centro de Cuba un grupo de ciudadanos se atrincherara de igual forma y con una huelga de hambre pide que el gobierno encarcele a estos de San Isidro por ir en contra del sistema que la inmensa mayoría de la sociedad eligió en las urnas? Evidentemente estos mismos medios y sponsors no cubrirían la noticia, y de hacerlo sería para la burla y el descrédito.

Asistimos aquí a una paradoja. ¿Qué tanto pesa la libertad de decir entre un ciudadano y otro? ¿Cómo se decide qué voz será escuchada y cuál será atendida? De este modo descubrimos que no estamos ni mucho menos ante el juego democrático y de libertad que defendemos. Estamos ante la libertad del más fuerte, de quien tiene el altavoz en la mano y puede gritar a los cuatro vientos para que todos los escuchen y se conmuevan ante su perreta (por muy justa que sea). Los guajiros procomunistas no tendrá un altavoz y nadie los tomará en serio.

¿Cómo se resuelve entonces esta contradicción? ¿A qué ciudadano atender si ambos tienen el mismo derecho a expresarse y ambos tienen la razón en sus demandas? ¿Acaso debemos hacernos los ingenuos y escuchar al que le compraron un buen altavoz y se lo pusieron en la mano?

En teoría, ante esta situación la democracia nos volvería a salvar, en tanto el gobierno debería acatar el resultado del Poder Judicial en el caso del ciudadano Denis Solís y toda la ciudadanía debería asumir con disciplina la sentencia. Pero en la realidad muchos sospechan de la “santidad” del Judicial y otros ni siquiera reconocen el Estado en que viven. Por tanto, tendremos una vez más una lucha de altavoces para ver quién grita más. Por un lado estos niños llorones con un altavoz de dinero yanqui y por otro el gobierno cubano con el suyo propio. En el medio, con los oídos aturdidos, el pueblo angustiado y desconcertado, deseoso de mandarlos a callar.

Redacción CP

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